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El dolor desde la psicología
Cristina Pérez Vélez / Psicóloga Creer
El dolor, esa experiencia que no es ajena a ningún ser humano, es un fenómeno muy complejo.
La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP)
 lo ha definido como: “el dolor es, incuestionablemente, una sensación 
en una parte o partes del cuerpo pero, igualmente, se trata siempre de 
una experiencia perceptiva y subjetiva desagradable y, por tanto, 
emocional, resultante de un amplio nº de factores: biológicos, 
psicológicos y sociales”.
La forma en que vivimos el dolor o experiencia dolorosa tiene 2 vertientes: 
La sensorial,
 que proporciona información básica en torno a la localización del dolor
 y a su calidad sensorial. Por ej. si se trata de un hormigueo o de un 
dolor agudo o sordo, frío o abrasador, continuo o intermitente. 
La emocional/afectiva,
 que aporta información relacionada con la preocupación que nos causa el
 dolor. La dimensión afectiva del dolor constituye el sufrimiento que la
 experiencia de dolor genera.
Así, por ejemplo, los 
dolores de un parto pueden ser muy intensos, pero no provocan 
preocupación. Dolores de la misma intensidad provocados por una 
enfermedad como el cáncer si causarían mucha preocupación, mucha carga 
emocional/afectiva.
La psicología viene a cooperar con la 
medicina, la anestesiología y neurología principalmente, para contribuir
 a explicar e intervenir sobre los efectos perceptivos singulares del 
dolor y su impacto psicosocial.
La creciente incorporación de la
 psicología al tema del dolor ha supuesto que el problema se aborde 
desde una perspectiva multidimensional.
El dolor es la 
percepción de una estimulación nociva que es interpretada como 
desagradable y aversiva (en función de variables cognitivas y 
sociocultural del sujeto) y que genera, en consecuencia, distintas 
respuesta emocionales, como miedo, ansiedad, etc.
El dolor 
crónico no se vive solamente como dolor y daño físico, sino también como
 la interrupción del estilo de vida deseado, del consumo, del trabajo, 
del cuerpo y de las relaciones con los demás.
Existe evidencia 
de que ciertos cambios fisiológicos se producen como resultado del modo 
en que las personas afrontan sus problemas, y esto puede contribuir a 
generar y/o mantener el síndrome de dolor.
Los estudios de la 
Neurofisiología y el análisis de los distintos moduladores del Sistema 
Nervioso Central, cuyo referente principal son los estudios de Melzack y
 Wall (1965), abrieron el camino a un nuevo acercamiento de la 
Psicología al ámbito del dolor.
Algunos sistemas internos que modulan el dolor:
- Fibras nerviosas que producen analgesia a nivel medular (las fibras de velocidad de conducción rápida, a-delta)
 - Estructuras superiores del SNC que modulan el dolor.
 - La liberación de opiáceos endógenos y monoaminas (serotonina principalmente), moduladores también del dolor.
 
Estos sistemas internos son especialmente sensibles a la actividad emocional y al comportamiento de la persona.
Por
 lo tanto, un modo natural, no farmacológico, de facilitar que los 
sistemas de analgesia endógena funcionen es manteniendo el nivel de 
actividad física: haciendo, afrontando problemas, viviendo, en suma, en 
el sentido más amplio de la palabra. No permitiendo que el dolor limite 
más y más la capacidad de la persona. 
Se trata de procesos circulares: 
la actividad mejora la modulación del dolor y la capacidad del paciente. 
Por otro lado, la inactividad discapacita lo que a su vez produce más 
discapacitación.
Desde diferentes enfoques y teorías del dolor, 
es evidente la relevancia de las variables psicológicas y en esta 
medida, técnicas y enfoques terapéuticos han mostrado su eficacia en el 
tratamiento psicológico del dolor.
El tratamiento psicológico del dolor crónico debe ser capaz de responder a dos aspectos fundamentales:
- Actuar sobre el dolor de modo que los sistemas de regulación natural operen adecuadamente
 - Atendiendo a la persistencia del dolor, impedir que éste se haga dueño de la vida del paciente, impidiéndole ser persona.
 
Ambos objetivos precisan reconocer el dolor y aceptar su existencia.
El
 primero debe permitir, atendiendo a las sensaciones percibidas y a las 
respuestas fisiológicas relacionadas con el dolor, hacer más efectivos 
los sistemas de regulación fisiológica del dolor. 
El segundo, requiere 
reconocer los problemas y ponerse a recuperar las actividades que se 
consideran valiosas.
Las técnicas de biofeedback, neurofeedback,
 hipnosis, relajación y otros procedimientos de naturaleza 
psicofisiológica han mostrado su utilidad al respecto del primer 
objetivo.
La terapia cognitivo conductual procura los medios 
adecuados para que la persona recupere el control de su vida, haciendo 
de su comportamiento, según sus valores, el elemento clave de su vida.
Junto
 a las técnicas mencionadas, es necesaria la aceptación como forma de 
afrontamiento y modo de conducirse, frente al empeño, normalmente 
inútil, de reducir el dolor y el malestar tratando de actuar 
directamente sobre él, en lugar de bordearlo e integrarlo del modo más 
conveniente, lo que contribuirá, más seguramente, a reducir su entidad e
 impacto en la vida de la persona.
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